martes, 22 de octubre de 2013

El Sol y La Luna

cuándo el sol y la luna se encontraron por primera vez, se apasionaron perdidamente y a partir de ahí comenzaron a vivir un gran amor.
sucede que el mundo aún no existía y el día que dios decidió crearlo, les dio entonces un toque final... ¡el brillo!.
quedó decidido también que el sol iluminaría el día y que la luna iluminaría la noche, siendo así, estarían obligados a vivir separados. les invadió una gran tristeza y cuando se dieron cuenta de que nunca más se encontrarían...
la luna fue quedándose cada vez más angustiada. a pesar del brillo dado por dios fue tornándose solitaria. el sol, a su vez había ganado un título de nobleza:"astro rey", pero eso tampoco le hizo feliz.
dios viendo esto, les llamó y les explicó: "no deben estar tristes, ambos ahora poseen un brillo excepcional".
"tú, luna, iluminarás las noches frías y calientes, encantarás a los enamorados y serás frecuentemente protagonista de hermosas poesías."
"en cuanto a ti, sol, sustentarás ese título porque serás el más importante de los astros, iluminarás la tierra durante el día, proporcionarás calor al ser humano y tu simple presencia hará a las personas más felices."
la luna se entristeció mucho más con su terrible destino y lloró amargamente... el sol, al verla sufrir tanto, decidió que él no podía dejarse abatir más, ya que tendría que darle fuerzas y ayudarle a aceptar lo que dios había decidido.
aún así, su preocupación era tan grande que decidió hacer un pedido especial a dios: " señor, ayuda a la luna, por favor, es más frágil que yo, no soportará la soledad..." y dios... con su inmensa bondad... creó entonces las estrellas para hacer compañía a la luna.
la luna siempre que está muy triste recurre a las estrellas, que hacen de todo para consolarla, pero casi nunca lo consiguen.
hoy, ambos viven así... separados, el sol finge que es feliz y la luna no consigue disimular su tristeza. el sol arde de pasión por la luna y ella vive en las tinieblas de su añoranza.
dicen que la orden de dios era que la luna debería de ser siempre llena y luminosa, pero no lo consiguió... porque es mujer, y una mujer tiene fases. cuando es feliz, consigue estar llena, pero cuando es infeliz es menguante y , cuando es menguante, ni siquiera es posible apreciar su brillo.
luna y sol siguen su destino. él, solitario pero fuerte; ella, acompañada de estrellas pero débil.
los hombres intentan, constantemente, conquistarla, como si eso fuera posible. algunos han ido incluso hasta ella, pero han vuelto siempre solos. nadie jamás consiguió traerla hasta la tierra, nadie, realmente, consiguió conquistarla, por más que lo intentaron,
sucede que dios decidió que ningún amor en este mundo fuese del todo imposible, ni siquiera el de la luna y el del sol... fue entonces que él creó el eclipse.
hoy, sol y luna viven esperando ese instante, esos raros momentos que les fueron concedidos y que tanto cuesta que sucedan.
cuando mires al cielo, a partir de ahora, y veas que el sol cubre la luna, es porque se reclina sobre ella y comienzan a amarse. es, a ese acto  de amor, al que se le dio el nombre de eclipse.
es importante recordar que el brillo de su éxtasis es tan grande que se aconseja no mirar al cielo en ese momento... tus ojos  podrían cegarse al ver tanto amor.

martes, 15 de octubre de 2013

Psique y Eros - El mito

En una ciudad de Grecia había un rey y una reina que tenían tres hijas. Las dos primeras eran hermosas. Para ensalzar la belleza de la tercera, llamada Psique, no es posible hallar palabras en el lenguaje humano. Tan hermosa era que sus conciudadanos, y un buen número de extranjeros, acudían a admirarla. Incluso dieron en compararla a la propia Venus, y no advirtieron que, al descuidar los ritos debidos a esta diosa, tal vez estaban atrayendo sobre la bella y bondadosa joven un destino funesto. Venus, la diosa que está en el origen de todos los seres, herida en su orgullo, encargó a su hijo Eros: “Haz que Psique se inflame de amor por el más horrendo de los monstruos” y, dicho esto, se sumergió en el mar con su cortejo de nereides y delfines.
Psique, con el correr del tiempo, fue conociendo el precio amargo de su hermosura. Sus hermanas mayores se habían casado ya, pero nadie se había atrevido a pedir su mano: al fin y al cabo, la admiración es vecina del temor… Sus padres consultaron entonces al oráculo: “A lo más alto contestó la llevarás del monte, donde la desposará un ser ante el que tiembla el mismo Júpiter”. El corazón de los reyes se heló, y donde antes hubo loas, todo fueron lágrimas por la suerte fatal de la bella Psique. Ella, sin embargo, avanzó decidida al encuentro de la desdicha.
Sobre un lecho de roca quedó muerta de miedo Psique, en lo alto del monte, mientras el fúnebre cortejo nupcial se retiraba. En estas que se levantó un viento, se la llevó en volandas y la depositó suavemente en un pradera cuajada en flor. Tras el estupor inicial Psique se adormeció. Al despertar, la joven vio junto al prado una fuente, y más allá un palacio. Entró en él y quedó asombrada por la factura del edificio y sus estancias; su asombro creció cuando unas voces angélicas la invitaron a comer de espléndidos platos y a acostarse en un lecho. Cayó entonces la noche, y en la oscuridad sintió Psique un rumor. Pronto supo que su secreto marido se había deslizado junto a ella. La hizo suya, y partió antes del amanecer.
Pasaron los días por la soledad de Psique, y con ellos sus noches de placer. En una ocasión su desconocido marido le advirtió: “Psique, tus hermanas querrán perderte y acabar con nuestra dicha”. “Mas añoro mucho su compañía dijo ella entre sollozos. Te amo apasionadamente, pero querría ver de nuevo a los de mi sangre”. “Sea “, contestó el marido, y al amanecer se escurrió una vez más de entre sus brazos. De día aparecieron junto a palacio sus hermanas y le preguntaron, envidiosas, quién era su rico marido. Ella titubeó, dijo que un apuesto joven que ese día andaba de caza y, para callar su curiosidad, las colmó de joyas. Poco antes de que anocheciera, Psique tranquilizó a sus hermanas y las despidió hasta otra ocasión.
Con el tiempo, y como no podía ser de otra forma, Psique quedó encinta. Pidió entonces a su marido que hiciera llegar a sus hermanas de nuevo, ya que quería compartir con ellas su alegría. Él rezongó pero, tras cruzar parecidas razones, acabó accediendo. Al día siguiente llegaron junto a palacio sus hermanas. Felicitaron a Psique, la llenaron de besos y de nuevo le preguntaron por su marido. “Está de viaje, es un rico mercader, y a pesar de su avanzada edad…” Psique se sonrojó, bajó la cabeza y acabó reconociendo lo poco que conocía de él, aparte de la dulzura de su voz y la humedad de sus besos… “Tiene que ser un monstruo “, dijeron ellas, aparentemente horrorizadas, “la serpiente de la que nos han hablado. Has de hacer, Psique, lo que te digamos o acabará por devorarte”. Y la ingenua Psique asintió.
“Cuando esté dormido, dijeron las hermanas, coge una lámpara y este cuchillo y córtale la cabeza”. Enseguida partieron, y dejaron sumida a Psique en un mar de turbaciones. Pero cayó la noche, llegó con ella el amor que acostumbraba y, tras el amor, el sueño. La curiosidad y el miedo tiraban de Psique, que se revolvía entre las sábanas. Decidida a enfrentar al destino, sacó por fin de bajo la cama el cuchillo y una lámpara de aceite. La encendió y la acercó despacio al rostro de su amor dormido. Era… el propio dios Eros, joven y esplendoroso: unos mechones dorados acariciaban sus mejillas, en el suelo el carcaj con sus flechas. La propia lámpara se avivó de admiración; la lámpara, sí, y una gota encendida de su aceite cayó sobre el hombro del dios, que despertó sobresaltado.
Al ver traicionada su confianza, Eros se arrancó de los brazos de su amada y se alejó mudo y pesaroso. En la distancia se volvió y dijo a Psique: “Llora, sí. Yo desobedecí a mi madre Venus desposándote. Me ordenó que te venciera de amor por el más miserable de los hombres, y aquí me ves. No pude yo resistirme a tu hermosura. Y te amé… Que te amé, tú lo sabes. Ahora el castigo a tu traición será perderme”. Y dicho esto se fue. Quedó Psique desolada y se dedicó a vagar por el mundo buscando recuperar, inútilmente, el favor de los dioses: la cólera de Venus la perseguía. La diosa finalmente dio con ella, menospreció el embarazo de la joven, le dio unos cuantos sopapos y la encerró con sus sirvientas Soledad y Tristeza.
El caso es que Venus decidió someter a Psique a varias pruebas, convencida de que no podría superarlas; mas acudieron en ayuda de la joven las compasivas hormigas, las cañas de los ríos y las aves del cielo. La última prueba, en cambio, fue la más terrible: Psique bajó a los infiernos en busca de una cajita que contenía hermosura divina. En el camino de regreso, sin embargo, quiso ella misma ponerse un poco y, al abrir la caja, un sueño insoportable se abatió sobre ella. Y habría muerto, de no ser porque Eros, su loco enamorado, acudió a despertarla: “Lleva rápidamente la cajita a mi madre, que yo intentaré arreglarlo todo” dijo, y se fue volando. En la morada de los dioses, a petición de Eros, Zeus determinó que los amantes podían vivir juntos. Así que Hermes raptó a Psique y la llevó al cielo, donde se hizo inmortal. Y fueron juntos felices Eros y Psique y a su debido tiempo tuvieron una niña a la que en la tierra llamamos Voluptuosidad.

lunes, 14 de octubre de 2013

¿Nosotros? - Eliton Soriano

— ¿A qué vienes?
— A recuperar el nosotros que perdí por idiota.
— ¿Cuál "nosotros"?
— El que perdí. Quiero lo que fue mio. 
— No te esfuerces demasiado.
— ¿A qué te refieres?
— Nunca hubo un "nosotros", no puedes recuperar lo que nunca fue tuyo. Sólo existió un "Tu y yo". Entre esas tres palabras hay dos espacios, son la distancia y el tiempo. Yo volé por otros horizontes y tu apenas despegas en la realidad pero es demasiado tarde. He cambiado.

La noche de los feos - Mario Benedetti

Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.

Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.

Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.

Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.

Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.

Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.

La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.

La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.

Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.

"¿Qué está pensando?", pregunté.

Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.

"Un lugar común", dijo. "Tal para cual".

Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.

"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?"

"Sí", dijo, todavía mirándome.

"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida."

"Sí."

Por primera vez no pudo sostener mi mirada.

"Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo."

"¿Algo cómo qué?"

"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."

Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.

"Prométame no tomarme como un chiflado."
"Prometo."
"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?"
"No."
"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"

Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.

"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."

Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.

"Vamos", dijo.

2
No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.

Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.

En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.

Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.

Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.

Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.
FIN

sábado, 5 de octubre de 2013

Leyenda del ángel Blanco y Negro

Cuenta la leyenda que en el mundo había dos ángeles vigilando desde el cielo, que uno era blanco y otro negro, y eran dos polos opuestos, siempre eran lo contrario al otro y cada uno volaba por un sitio diferente sin encontrarse, hasta que un día sin saber cómo y porque en un lugar coincidieron y juntos se sentaron allí frente a frente, se mantuvieron durante un buen rato sin decir ni una sola palabra, hasta que el ángel blanco miro al ángel negro y le pregunto: “¿Por qué eres un ángel que vuela solo por todo el universo?“ entonces el ángel negro levanto su cabeza y la miro y la respondió: “Porque la gente me a hecho ser una persona sin corazón, que no le importan los demás y que lo único que quiera es estar solo”, entonces el ángel blanco le pregunto de nuevo: ¿Y  tú por qué eres un ángel negro?”, el ángel negro sin saber que decir la miro y le dijo: “Soy un ángel negro porque la gente me ha teñido las alas negras con el dolor, el sufrimiento y el daño que me han hecho”, el ángel blanco se quedo mirándolo asombrada, intentando ver si todavía tenía aunque fuera una pluma de color blanco, pero no encontró ninguna por más que la buscaba, entonces el ángel blanco se acerco al ángel negro y le dijo: “ Por más que el tiempo, la gente y el dolor te hayan teñido de negro desde este mismo instante te hago la promesa de que todos los días del resto de mi vida, me dedicare a volver a poner el blanco a cada una de tus plumas, aunque tenga que pintarlas yo una por una”, entonces el ángel negro, le pregunto: “¿Por qué harías eso por un ángel negro al que acabas de conocer? Y el ángel blanco le respondió: “Porque en este mismo instante te has convertido en mi amigo, y los amigos siempre están para ayudar a sus amigos cuando ellos lo necesitan, y eso mismo voy hacer yo contigo, y además porque sé que con el tiempo te convertirás en una persona tan importante que no podre ni querré sacar de mi vida y menos de mi corazón” entonces el ángel negro sin saber que decir la miro y le dijo: “Hoy me dado cuenta de que los amigos me han hecho volverme negro por las cosas que me han hecho, pero tú y solo tú, solamente con mirarme y sonreír vas a poner todas mis alas de nuevo de color blanco”, entonces el ángel blanco sonrió y le miro y dos plumas cambiaron de color poniéndose blancas, el ángel blanco no se lo podía creer, que solamente con hacer eso hubiese podido cambiar de color las plumas, miro al ángel negro sorprendido y le dijo: “¿ Cómo es posible que solo con hacer eso haya podido cambiarlas?, entonces el ángel negro la miro, le sonrió y le respondió: “ Porque solo con sonreírme y con mirarme con esos ojos brillantes las heridas que tiene mi pobre corazón, cicatrizan y dejan de sangran”. El ángel negro y el ángel blanco tuvieron que separarse para seguir cada uno por su lado... Teniendo en mente que era posible que jamas se volviesen a ver pues las cuestiones del destino varían incluso para los pobres ángeles por lo cuál el ángel blanco se quito una de sus plumas blancas y se la obsequio al ángel negro y este al observar tal acción también se arranco una de sus plumas negras y se la entregó, cada pluma contaba con un propósito y era que cuidarían de ellas hasta su próximo encuentro ya que les trairian buena suerte... Se despidieron con una sonrisa Y AMBOS CONTINUARON CON SU CAMINO anhelando volver a verse.

Cuando un amig@ te obsequie un ángel (pluma) ten en mente que anhela tu felicidad y estará dispuesto a dar lo que sea por conseguirla para ti, valora dicha amistad y obsequio porque el significado sentimental es muy fuerte, si pierdes el ángel perderás la dicha que va contigo, la suerte que te va a acompañar... Se feliz porque haz encontrado un amigo y un confidente que muchos deseamos.